En mis 32
años de existencia, ningún año ha sido tan futbolero como éste. En la última
fecha FIFA por ejemplo, el total de partidos superó los 75 en dos semanas. 75! Hemos
tenido la oportunidad de ver partidos tan atractivos, apasionantes y casi tan
fulminantes, que las emociones han estado al borde de enviarnos de fiesta a
celebrar, o de clínica, especialmente cuando uno es hincha del Medellín.
Pero el
fútbol sin goles, sea viendo un ballet como el Barcelona de Guardiola, o esa
recocha que era el Manchester de Van Gaal, deja de ser una realidad y pasa a
ser una intención. El fútbol está pensado para anotar, si no se logra, siempre
va a quedar la sensación de que le faltó “algo” al partido; y los goles, así
como las mujeres, son amores, y vaya si son amores. Chilenas, tiros libres,
olímpicos, desde la mitad de la cancha, de rebotico, con la mano (de dios), de
penal y hasta autogoles, son celebrados a radiar por las hinchadas que lo
disfrutan como propios y condenados por las hinchadas que los sufren como
propios.
Dentro de
ese amplio menú y opciones de gol que tenemos, hay uno que, no es el más deseado,
pero posiblemente sea el más celebrado…El gol en tiempo de descuento. Por
muchos motivos el gol en tiempo de descuento, o rayando los 90 minutos, genera
sensaciones prácticamente indescriptibles. “Es como un orgasmo” dirán los más
atrevidos, pero en mi caso, y sin desconocer las maravillas orgásmicas, ni siquiera
eso es comparable. Sino pregúntele a Maradona que sintió cuando Palermo, bajo
un torrencial aguacero, a los 92+17 segundos, hizo el gol del 2-1 en un partido
que, con el empate, prácticamente dejaba a Argentina afuera del mundial de
Alemania .
En mi
archivo personal, guardo tres de esos goles que, en el último suspiro y cuando
todo parecía ya sentenciado, arrancaron gritos que aún hoy, puedo escuchar
claramente en mi memoria.
El
rugido del Tigre:
En las Eliminatorias para ir a Brasil 2014, con Leonel, “El Putas”, dirigiendo
desde la raya, Colombia jugaba contra Bolivia en La Paz, y después de haber
picado en punta y de haber concedido el empate, lo que sufrimos como hinchas
fue una avalancha boliviana, que a punta de ganas y de altura (la de La Paz)
nos empataron y casi que nos tenían con el segundo listo. Pero el fútbol, dentro
de su lógica ilógica, se nutre de momentos que no se pueden explicar. Minuto 92+37
segundos, contragolpe, pase filtrado de James a Dayro Moreno, me paro de la
silla, quien la cede al Tigre Falcao que viene solo por la mitad, empuño la
bandera, el resto… Preguntenle a Múnera Eastman “El Paisita” https://www.youtube.com/watch?v=SBocfKB3gnw
GOL
HIJUEPUTA!... y a llorar.
Ray
Vanegas ídolo: Los
hinchas del Medellín nacimos para sufrir. Esa consigna más que una sentencia,
parece que nos llenara el pecho, pero sobretodo, es un escudo protector para
poder aguantar tandas de penales en semifinales de 22 disparos, 45 años sin
títulos y goles a último minuto que nos roban campeonatos como en aquel
fatídico 1993.
El 2012 no
parecía ser la excepción. Diciembre 9, última fecha de los cuadrangulares
finales y Medellín se jugaba la oportunidad de pasar a la final mientras al
mismo tiempo en el Atanasio, Nacional buscaba el paso a la final frente a la
Equidad. Si el Medellín ganaba, aseguraba el cupo, cualquier otro resultado,
dejaba a Nacional con el tiquete a la final, siempre y cuando ganara su
partido, y así fue. De manera fácil, Nacional ganó y solo quedaba esperar que
terminara el partido entre Itagüi y Medellín en Ditaires que, con los 90
minutos ya cumplidos, mantenía el 0-0 irrompible.
Esa vez yo estaba
en Santa Elena sin televisor, con un pequeño radio que, con interferencia, me
servía de puente para saber que estaba pasando. Ya el partido en el Atanasio
había terminado y en las casas y veredas vecinas se escuchaba la pólvora de
celebración, aun cuando al partido en Ditaires le faltaban algunos segundos
para terminar. El Medellín atacaba como podía, el goleador lesionado, miraba
desde la grada como se escapaba la oportunidad de jugar la final; la gente en
la tribuna y yo en Santa Elena, no podíamos hacer otra cosa que no fuera
esperar que “El Milancito” anotara, de cualquier manera, pero que anotara,
mientras en mi cabeza repetía una y otra vez, “Un segundo para un gol”, como me
decía constantemente mi amigo Cachis, una vez mientras veíamos al Liverpool,
por televisión, tratar de remontar un partido que estaba más embolatado que el
ascenso del América.
Minuto 91+42
segundos. Tiro de esquina a favor del Rojo. Que suba hasta Castellanos a
cabecear gritaba desesperado el comentarista mientras yo, de dedos cruzados
imploraba al cielo que se nos hiciera el milagro. Recuerdo que estaba parado en
la mitad de la sala, pegado al radio, de frente a la chimenea. Centro de
Hernandez, cierro los ojos en un intento desesperado para escuchar mejor,
cabezazo de Mena y en la raya Ray Vanegas mete el gol y nos da el paso a la
final. Mientras en la radio la algarabía y felicidad era Roja, yo, de rodillas
en la sala escuchaba el silencio de la pólvora, mojada, de los vecinos. ¡GOLAZO
HIJUEPUTA, GOLAZO! Y a llorar
Cristian
Camilo Marrugo “Acevedo”: Primera final en el estadio con mi hija de 6 años en ese entonces y
quien desde el primer día en la cancha la tuvo clara. “El Medellín siempre hace
gol en el último minuto”, fue el saludo de bienvenida que le dieron los amigos
del estadio y la final se iba a encargar de mostrarle que sí, que con el Rojo
si no se sufre, no es del Rojo.
Desde que
llegó al DIM, el 17 es el dueño del balón y de la magia. Con él, todo es
posible, sin él, nada vale la pena y en la más reciente final, contra Junior,
esto iba a quedar sentenciado. Después de anotar el 1-0, y de aguantar hasta el
final el resultado, el Junior tenía un tiro de esquina a los 92 minutos para
empatar y dañarnos la fiesta. Hasta el arquero subió a cabecear buscando el
anhelado empate, mientras en la tribuna, cogido de la mano con mi hija, trataba
de aparentar tranquilidad, aunque por mi cabeza pensaba que, siendo el Medallo,
hasta que no pitaran no había nada seguro. Centro corto, un rechazo, “sacála de
ahí” alcanzo a gritar, le queda a un jugador contrario pero la pelota pica con
efecto; “será que sí?”, pienso y agarro aún más fuerte la mano de mi hija
(después del partido me dijo “Pa’, la próxima no me aprietes tan duro”); la
coge Cabezas, “A Marrugo, dásela a Marrugo” grito desesperadamente y así fue.
Contragolpe letal, campo abierto para el gol del título y la consagración, pero
es el Medellín. No hay nadie en el arco y Cristian Camilo la lleva desde la mitad
de la cancha hasta el arco, mientras expectante, no soy capaz de pronunciar
palabra y sigo agarrado de la mano de mi hija. Minuto 92+20 segundos, gol del
17, gol del título, ¡este año SIX! Abrazo de gol con mi hija, felicidad plena,
casi, ataque al corazón. https://www.youtube.com/watch?v=okCI7nsPnfE
El gol en
tiempo de descuento nos enfrenta al temor del resultado adverso, pero nos
recompensa con la oportunidad de dejar salir un grito contenido durante 90
minutos de fútbol. Es un bálsamo, un orgasmo, un desahogo y más, ¡mucho más!
Créalo Mompi