Cuando
alguien en nuestra familia se enferma, no salimos a la calle a decir
barbaridades del o de la misma. Cuando al tío borracho le duele el hígado de
todo el licor que se ha bebido en la vida, no salimos a decir que bien se lo
merece. Cuando el hermano se quiebra el pie por andar encaramado en los
árboles, no le echamos la culpa, así la tenga. Cuando la mamá se queja de las
manos que le duelen de tanto lavar, cocinar y abrir la nevera, todo al mismo
tiempo, no le decimos que eso le pasa por no pensar, no. Porque la familia, la
familia siempre apoya, siempre está ahí. No importa si cada 8 días vemos al tío
borracho, siempre tratamos de llevarlo a la casa, no lo dejamos tirado en el
camino, porque sabemos que la enfermedad de él, es también, la enfermedad nuestra.
Cuando vemos al hermano encaramado en el árbol, no lo hacemos caer, ni le
cortamos las ramas, no, nosotros nos quedamos pendientes siempre, porque si
vuelve a caer, hay que ayudar a levantarlo, porque eso hace la familia, ayuda
en los momentos más difíciles, en la derrota, en la mala racha.
Cuando
vemos a la mamá, a la cucha, quejándose, no nos hacemos los indiferentes, no le
damos la espalda, no la culpamos. Por el contrario, nos hacemos matar por ella,
deseamos con ansias que sea a nosotros que nos duelan las manos, la sobamos, le
hacemos el oficio, la llevamos al doctor, la apoyamos, siempre, porque esa es
la familia.
El
hincha, el de verdad, es así, apoya, SIEMPRE. No importa la mala racha, las
culpas, las caídas, las quebraduras, las dolencias, ni las borracheras en
algunos casos. Porque eso somos, familia, una familia de extraños, hijos de un
mismo papá y una misma mamá. 100 años siendo familia no se pueden tirar al
traste por una campaña. Es verdad, nadie quiere pasar un solo día en la B, el
flagelo del descenso y la promoción nos agobia, nos persigue como si nunca
mereciéramos salir de él. Pero por eso somos familia, porque cada vez que nos
vemos, nos renovamos en la fe, porque cada 8 días sin importar que pasa, renace
la esperanza, creemos sin duda que hasta ese día llega el calvario, que después
de esos 90 minutos todo será mejor, y aún, cuando no lo es, seguimos firmes,
apoyando, en familia.
Porque
si ante cada enfermedad, quebradura o dolor abandonamos a los nuestros, somos
unos parías, unos huérfanos y lo peor, con merecimiento.
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